Desde una bicicleta china by Dolores Payás

Desde una bicicleta china by Dolores Payás

autor:Dolores Payás
La lengua: spa
Format: epub
editor: HarperCollins Ibérica, S.A.
publicado: 2016-08-10T00:00:00+00:00


Acérquese usted a Beijing. Cómprese una bicicleta en el primer puesto que encuentre. Los hay por todas las esquinas y son callejeros, nada de tiendas. No cometa idioteces, hágase con la mas destartalada, oxidada y vieja posible. Dentro de un orden, es decir, que la cadena esté en su sitio, que ruede y funcione. Y, sobre todo, que frene. Le costará entre diez y quince euros, aun sin regateo. Amortizables en un solo paseo.

A las seis de la mañana tómese un té, o café, bien cargado. Póngase mascarilla y gafas oscuras. Ambas le serán útiles, para la polución y para pasar inadvertido. Luego súbase a la bici y diríjase a una de las grandes avenidas. Incorpórese al carril de vehículos ligeros –es muy amplio, nada que ver con los pasillitos de nuestras ciudades europeas–, y piérdase entre esa corriente de ciudadanos que fluye sin cesar.

Déjese llevar, pedalee al mismo ritmo que los demás. Vaya con la marea, le conducirá por los diversos corazones de la vida china. Cruzará la inmensidad de cemento que es la Plaza Tiannamen y será bendecido por la edulcorada imagen de Mao Zedong que preside la Ciudad Prohibida. Pasará por los patios caóticos de los compounds, penetrará en el laberinto de los hutongs. Viajará con la gente que va a su trabajo, sea el que sea. Verá sus centros comunitarios, las escuelas, los gimnasios para mayores, los cientos de baños colectivos, los ambulatorios y puestos médicos callejeros.

Irá en compañía de las abuelas que llevan a sus nietos a la escuela, o al parque. Se topará con coros de ciudadanos cantando –y muy bien, por cierto– glosas revolucionarias bajo la batuta de directores llenos de fuego y entusiasmo. Volará entre los espléndidos sauces llorones que flanquean las calles, y tendrá que agachar la cabeza para evitar sus lianas mecidas por el viento. Acompasará su ritmo al de los menudos cochecitos de lata cargados con toda clase de mercancía. Y cederá paso a motos flamantes y rosarios de bocinazos. Es el empuje de la juventud que llega, dispuesta a comerse al mundo.

Tras los carritos llenos de frutas y verdura arribará a toda clase de mercados multicolor, grandes y menos grandes. Sonreirá a las ancianas sentadas en la cima de pirámides de coles en pequeños remolques arrastrados por ciclomotores. Y, con un poco de suerte, tendrá por vecino al vendedor de globos, ese ciclista al que solo se le ven los pies porque flota envuelto en una nube de brillantes colores.

Pasado el primer susto, el miedo a ser atropellado o a extraviar el camino. O el temor, aún más agudo, a perderse a sí mismo –salir de su propia identidad–, disfrutará de la experiencia. Pronto llegará a confundirse con la gente, será parte integrante de su fluir. No digo yo que tendrá una revelación mística, ni que descenderá la Santa Paloma para imbuirle con esa bobada llamada empatía. Pero a poca imaginación que posea, percibirá un rumor sordo y constante. Es el zumbido de la colmena. La energía que se desprende de la colectividad.



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